Un caballo hasta ahora dócil y fácil de trato, pasó a ser una criatura temible… Resultó ser un caballo peligroso… ¡de esos que atacan! Cualquiera que pasara por delante de su cuadra más cerca de lo oportuno, era recibido con un tarascazo de dientes al aire.
La fama del ¿caballo peligroso?
Hasta ahora dócil y de fácil trato.
En cierta ocasión llegó a casa un caballo para una propietaria que quería disfrutar de los paseos por el campo.
Fuimos a buscarlo a la cuadra de un amigo que lo había domado y lo vendía.
El animal de cinco años se movía con ganas adelante y aunque aún por rematar, nos pareció una buena opción con vistas a tener caballo de por vida. Así que lo llevamos a la finca.
Se veía que el animal cruzado en hispanoárabe y quien sabe si algo más, había estado en contacto con otros animales y pronto se integró bien en el resto de la manada.
La idea era tenerlos sueltos, pero mientras se aclimataban y preparábamos más cercados para ir rotando los animales, los caballos recién llegados dormirían en cuadra y estarían sueltos y en grupo durante las horas de luz.
Cierto día el caballo en cuestión, que era hasta el momento muy dócil y hasta algo pegajoso, llegó galopando desde el extremo del cercado con una herida en el testuz que sangraba aparatosamente.
Era difícil adivinar cómo se había producido el accidente, pudo ser un golpe fortuito con el vallado al espantarse, aunque esto no lo sabremos nunca. Vino el veterinario que lo cosió y dejó por instrucciones limpiar la herida diariamente y suministrar un antiinflamatorio hasta su revisión.
El animal se dejó curar a duras penas el primer día. Ya antes no era muy amigo de dejarse tocar la frente y las orejas y menos ahora que tenía esa zona herida.
Ante la necesidad de limpiar la herida y sin previo manejo, tuvimos que tomar la decisión de inmovilizar con un torcedor, actuando lo más rápido posible. Realizábamos las curas en el box antes de soltar el caballo.
Los dos días siguientes repetimos la operación, aunque cada vez nos resultó mas difícil colocar el torcedor. El caballo en su afán de librarse de la molestia se giraba y pronto aprendió que si además de girar se pegaba a la pared, pues la persona lo soltaba.
Al día siguiente llegado el momento de la cura, el animal se colocaba de espaldas a la puerta dando la grupa, e incluso avisaba haciendo ademán de cocear, bajando su cabeza y lanzando mordiscos al aire. Así lograba que la persona no entrara ni siquiera en su cuadra.
La fama de caballo peligroso hizo que el resto de personas le tuvieran miedo. El primero en temerle era el encargado de darle de comer que optó por arrojarle la comida desde fuera de la cuadra al menor movimiento.
Un caballo hasta ahora dócil y fácil de trato, pasó a ser una criatura temible… Resultó ser un caballo peligroso… ¡de esos que atacan! Cualquiera que pasara por delante de su cuadra más cerca de lo oportuno, era recibido con un tarascazo de dientes al aire.
Corrigiendo el comportamiento
Amenazar a la gente… tenía buen resultado
Adelanto que poco después el caballo volvió a ser un animal tranquilo que por avatares de la vida pasó a mi propiedad. Se convirtió para mí en ese animal con el que te apetece salir, pues tiene ganas de ir adelante y se crece ante nuevos retos. Incluso vino a montarlo un sobrino mío con poca experiencia en equitación (aunque con mucha experiencia en mantener un equilibrio natural encima de un ser en movimiento), y desde entonces no quiso probar otro.
Pero, ¿qué provocó ese comportamiento no deseado y como cambió esta actitud posteriormente?
Aparentemente como buenos caballistas, sólo le dimos al amigo cuadrúpedo los mejores cuidados a nuestro alcance. Pero analicemos con otra perspectiva lo ocurrido buscando el por qué que siempre está aunque nos cueste verlo:
El primer fallo fue proceder a la cura en el interior de su cuadra con poco espacio para manipularlo. En cuanto se movía conseguía aplastar al intruso contra la pared.
El caballo estaba cada vez más temeroso de todo aquel que se introducía en su box y si la persona en su huida, dejaba caer el cubo con el pienso antes de llegar al pesebre… ¡Premio!
Así conectó que amenazar a la gente al otro lado de la puerta tenía un buen resultado de comida y tranquilidad.
Quitar este mal aprendizaje fue gradual. Primero permanecimos a una distancia cercana sin retroceder mientras el animal comía. Siempre protegidos por la hoja superior de la cuadra para evitar sustos. Con la jamba inferior del portón abierto era fácil dejar el cubo de pienso.
No dejamos el cubo en el suelo hasta no observar una actitud tranquila del animal. Así cambiamos el premio por atacar a una nueva conexión: comida por permanecer tranquilo.
Aun así seguía siendo dudoso entrar en su box o estar cerca. En este sentido había que estar muy atento a las señales que el caballo hacía justo antes de lanzar su agresión. Un mínimo movimiento de la cabeza hacia arriba mirando por el rabillo del ojo era el pistoletazo previo. En este momento parábamos nuestro acercamiento para volver a construir el ejercicio desde el principio.
En algún punto conseguí colocarme cerca del animal, acercándome desde su flanco hasta quedar junto a su cruz y acariciarle. Era pronto para osar tocar su cuello y menos su mandíbula, nariz, frente, orejas… Esto vino varias repeticiones después y premiando cada avance con un poco de pienso a modo de golosina.
Eso sí, el premio aparecía en el momento exacto. ¿Cuál será este momento, el de la tranquilidad o el del mordisco?
…Ojo con lo que enseñamos
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